lunes, 30 de abril de 2012

Fealdad

Sigo midiendo 1,62, pero ahora peso 65 kilos. Eso dice la pesa, aunque al levantarme me siento de 80.
 Peso 65 y mis medidas son 100, 100, 104. Casi las mismas de mi hermano.

Tengo granitos en la espalda. Y en los hombros... El pelo se me ensucia más rápido y creo que me han salido vellitos en sitios inesperados (por fortuna no en la cara).

Leí hace poco "La Carroza de Bolívar", una novela de Evelio Rosero Diago. Ahí un personaje le dice a otro que "huele peor que calzón de embarazda". Reflexioné.

Suena feo. Una reina jamás confesaría estas cosas, estas medidas de nevera. Pero yo nunca me había sentido tan orgullosa de mi cuerpo como hoy. Me siento linda y feliz.

jueves, 12 de abril de 2012

Torpe y ciega

Sobre los síntomas del embarazo, yo que soy mamá primeriza, conocía sólo los evidentes, esos sobre los que las mujeres hablan sin pena: las náuseas, los mareos, la obvia gordura y los supuestos antojos, que estoy por creer que son ficción, mito, o una confabulación universal de las mamás para abusar de sus maridos con requerimientos inauditos a horas insospechadas durante el embarazo. Yo antojos irresistibles, como comer helado de maracuyá a las 2:00 am, o unos melocotones cada noche, no he tenido (aún).


Pero con el paso de las semanas he notado otros síntomas... o mejor dicho, ahora todo lo que siento o me ocurre se explica, según el médico, con las palabras mágicas: "Eso le pasa a las embarazadas...".


Y lo que le pasa a las embarazadas no siempre es bonito.


Por ejemplo: Como vivo en Colombia y no en un país del primer mundo, acá las embarazadas trabajamos común y corriente, sin derecho a descanso. Así que mi rutina mañanera es igual a la de antes del embarazo: levantarme a la carrera, bañarme a la carrera, desayunar a la carrera, arreglarme a la carrera, salir a la carrera y lidiar media hora con el tráfico para llegar a tiempo a la oficina. La novedad consiste en que ahora las carreras se ven afectadas no por las famosas náuseas, sino por algo más inesperado. Con frecuencia me riego el desayuno encima, o lo riego en la cocina, o tumbo el queso, o me quemo con la cacerola o hago cualquier torpeza que retrasa mis actividades.


En enero, empezando el embarazo, me choqué. Fue un choque bobo, no pasó nada, pero me costó $120.000 que le tuve que dar al energúmeno conductor del otro carro. El choque quedó en el olvido hasta que empecé a echarme encima el desayuno, a quebrar la loza... y pese a la torpeza pude conectar 2 neuronas y darme cuenta que algo raro ocurría. Le pregunté a mi mamá y me dijo que es que uno embarazado piensa todo el día en el bebé y se eleva... Le consulté pregunté a mi cuñada y me dijo que con la barrigota el eje de gravedad se desplaza y uno no calcula igual... Me pareció lógico entonces caerme bajando una escaleras, pero no chorrearme el desayuno mientras estoy sentada. Consulté al médico y me dijo: "ah sí, eso le pasa a las embarazadas...". Se inflama un nervio que va al brazo, a la altura de la muñeca, y entonces uno ni agarra igual, ni aprieta igual, ni calcula igual la fuerza. Estoy lista para un preescolar, para afinar motricidad fina y gruesa.


Otro síntoma insospechado: veo bultos. No fantasmas, ni gente, sólo bultos al final de los pasillos. No reconozco caras lejanas. Pensé que era el exceso de computador y que ahora sí llegó la hora de las gafas, y me preocupé cuando ya no pude leer los subtítulos de las películas en el televisor. Fui al oftafmólogo y me dijo: sus ojos están perfectos... es que eso le da a las embarazadas. Con los cambios hormonales el ojo no lubrica igual y entonces le da "pereza" enfocar.


Dependo mucho del carro para la vida cotidiana, pero una sociedad prudente debería prohibirle manejar a las embarazadas cegatonas y torpes (y debería también mandarnos de licencia a las casas a cuidarnos y a soñar el día entero con nuestros bebés).


El primer síntoma que tuve de este embarazo fue la necesidad de consultar un gastroenterólogo porque sentía que toda la comida me caía mal. 5 meses después sigo igual, pero ya sé la causa. Las embarazadas no vamos al baño como los demás mortales. Vamos a veces... una vez por semana, y cada vez es como una preparación para el parto. O de un momento a otro el cuerpo se desquita y uno piensa que hasta le dio disentería o cólera o alguna de esas enfermedades vergonzosas. Pero como las embarazadas no podemos tener pudor ni secretos, entonces llamo al médico y me dice: "Ah sí, normal, eso le da a las embarazadas... pero mucho cuidado porque el esfuerzo puede generar contracciones". Así que cuando no como ciruelas y kiwi, ando tomando jugo de guayaba y sopa de arroz o de plátano porque paso de un extremo al otro. No hay término medio.


Con tanta revolución gástrica, sufrí un susto cuando estaba en la oficina y sentí un movimiento en el estómago, bien abajo. Pensé que no alcanzaría a llegar al baño. O que dejaría un oloroso y sonoro recuerdo. Pero no, no pasó nada, y luego vino otro movimiento, y otro, hasta que aprendí que son las primeras patadas de Alicia, que llegaron para el cumpleaños de su papá, y que se parecen mucho a como si alguien me presionara suavemente con el pulgar. Con el paso de los días se ha empezado a mover más fuerte y a veces me confunde... pienso que debo ir al baño. Pero espero un ratico y compruebo que no, que es Alicia envalentonada y cada vez más enérgica.


A estos síntomas se suma que todas las noches mi marido me unta aceite de almendras en la barriga, para que no me queden muchas estrías después del embarazo. Y todos los días me dice: "Nana, ya casi se te va a salir ese ombligo" y yo sufro de imaginar mi ombligo brotado que se vea por encima de la ropa. Pero hasta ahora no se sale. Anda contenido.


No tengo náuseas, no tengo desmayos, no estoy anémica. Ya no me da sueño al medio día y al contrario, duermo pésimo por las noches pero sin causa aparente; aún no tengo dolores de espalda ni dificultades para acomodarme. Como chicles y mentas todo el tiempo porque tengo agriera. Hay gente que dice que eso da cuando los bebés son peludos. Según la ecografía, Alicia es calva así que el mito popular es falso. Me siento bien, saludable, feliz esperando a Alicia, pensando en ella todo el tiempo, en que no salga tan torpe y ciega como ando yo por estos días.