viernes, 24 de enero de 2014

Entrar al colegio

A manera de disculpa podría decir que tener un bebé es incompatible con tener un blog. Pensé publicar un post cuando dijo mamá por primera vez (estábamos en el comedor, ella sentada en la mesa y yo me puse a llorar de la emoción), o cuando aprendió a tirar besitos, o cuando gateó, o cuando caminó... Pero todo se me va en buenas intenciones porque aunque quisiera dejar registrado cada cosa nueva que hace, nunca tengo tiempo. Las mamás no tenemos tiempo jamás porque todo el tiempo se nos va en estar con los bebés y cuando no estamos con ellos estamos ocupados añorándolos, y trabajando y haciendo el montón de cosas que ya hacíamos antes de tenerlos.

Pero lo que ocurrió el 15 de enero sí merece una publicación: Mi bebé entró al jardín... lleva una semana y está muy adaptada. Ya le dio gripa y hoy no pudo ir, síntoma de que se junta lo suficiente con sus demás compañeritos.

La búsqueda de jardín empezó cuando ella tenía 4 meses, antes que terminara mi licencia de maternidad. En Bogotá el tema de movilidad es tan complicado que antes de mirar modelos pedagógicos miramos cercanía. No queremos un bebé encerrado en una ruta escolar 40 minutos por la mañana y otros 40 por la tarde, o más.

Visité al menos 5 jardines y obtuve información por mail de otros 10 o más. Muchos se ufanan de tener aval de Harvard o de universidades gringas, de tener un modelo "único", adaptado de no sé cual escuela pedagógica interesante... pero cuando uno oye el cuento todos se parecen bastante: Usted papá, pague la matrícula, pague los materiales, pague el uniforme, pague la lonchera y nosotros acá nos encargamos de que aprenda jugando. Porque la promesa general de los jardines es que los niños no se aburran, que se diviertan, que jueguen, porque al parecer aprender es algo muy aburrido a menos que se les dé camuflado en medio del juego.

Los costos son increibles... el promedio mensual de pensión es de $1 millón, incluyendo lonchera pero sin transporte(es decir, casi 2 salarios mínimos). Hay más baratos, claro, al otro lado de la ciudad y ya expliqué que no quiero los 45 minutos de transporte por trayecto... o más.

Bueno, el caso es que después de buscar y buscar (en uno nos dijeron que el jardín también evaluaba a los papás porque querían que los niños estuvieran entre iguales...) optamos por el que nos queda más cerca. A 6 cuadras, así que podemos ir caminando. 

Se llegó el primer día de clases y me pareció que mi bebé de 77 centímetros se veía como medio metro más grande con su uniforme escolar. Ella tranquila, hermosa, sonriente,con sus crespos recogidos en dos colitas. Los papás tranquilos, convencidos de que era lo mejor, salimos para el jardín. La recibió la profesora e inmediatamente se pusieron a jugar como si se conocieran de toda la vida. Hasta que de pronto esta mamá rompió a llorar, sin motivo ni razón. Porque sí. Porque ya la bebé no es bebé. Ya es escolar. Es grande. Tiene 17 meses, usa pañal, chupo, tetero, pero ya tiene uniforme, ya tiene una agenda académica, un horario de clases... ya se escolarizó, y terminará esta etapa por ahí dentro de 22 años. 

Ahora que lo pienso, siquiera lloré. Había motivos.


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