Joan Manuel Serrat acaba de anunciar que en 2022 hará una última gira luego de la cual se retirará de los escenarios y la noticia me dejó con sensación de abandono. Se trata de un duelo anticipado, como para empezar a preparar el terreno frente a lo que algún día, ojalá lejano, tendrá que ocurrir: eso mismo que le pasó esta semana a los seguidores de Vicente Fernández.
El balance anual personalizado que entrega Spotify indica que mi cantante favorito en 2021 fue “Camilo” y mi canción favorita fue “Vida de rico”, seguida de “Ropa cara”. Eso es lo que ocurre cuando se tiene una hija de 9 años que usa el celular de la mamá y se encarga de programar la música en carretera mientras vamos de paseo. En realidad mi artista más escuchado es Joan Manuel Serrat, que ocupa un honroso cuarto lugar en mi listado interferido.
En la época en la que todavía se usaba comprar y regalar CDs alcancé a acumular varios de Serrat, incluyendo los más recientes (¿y fallidos?) como “Canciones”, “Sombras de la China” o “La orquesta del Titanic”, a dúo con mi amado Joaquín Sabina. Sin embargo no son esos los que oímos cuando vamos en carretera al caer la tarde del domingo: siempre, de manera recurrente, una y otra vez regresamos al famosísimo “Mediterráneo” de 1971, que nos produce el mismo solaz del terreno conocido, similar a cuando uno dice “tan bueno que es pasear, pero tan bueno que es también volver a la casa”.
Cuando Serrat canta de Algeciras a Estambul me transporta a la luminosidad inolvidable de la capital turca; cuando dice que colgado de un barranco duerme mi pueblo blanco pienso en Salamina; el Tío Alberto es mi papá, Germán Alberto; cuando se refiere a aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas siento la frágil felicidad que me dan los cortos paseos de fin de semana, y cada vez que oigo que la mujer que yo quiero es fruta jugosa, madurando feliz, dulce y vanidosa, inevitablemente miro con cara cursi de enamorada al que me la dedicó.
Pero de un tiempo para acá hay una canción de ese álbum que ha empezado a cobrar un sentido especial. Serrat tenía sólo 27 años y un hijo de escasos 2 cuando grabó “qué va a ser de ti lejos de casa, nena qué va a ser de ti”, una letra en la que el padre adolorido se pregunta en dónde estará la hija que se fue. Mi hija, que ya se la sabe, canta en coro con nosotros y Serrat: “y hoy te preguntas por qué un día se fue tu pequeña, si le diste toda tu juventud, un buen colegio de pago, el mejor de los bocados y tu amor”.
Durante el embarazo escribí un blog en el que registré novedades, sensaciones y preguntas. 12 horas antes de la cesárea anoté: “Mañana recibo a mi hija por 17, 18, 20 años, quizás más... Luego se irá de mi lado y hoy, en la víspera del parto, escribo esto para que nunca se me olvide que es prestada, que tiene su propia vida, que yo no viviré por ella y que algún día volará lejos y eso estará bien. Mi función consiste en darle alas y enseñarle a volar”.
Ya vamos por la mitad de ese tiempo de préstamo. Esta es la primera Navidad en la que ella sabe que el Niño Dios son los papás y entonces ya no hubo carta debajo del árbol. Ahora prefiere que le regalen ropa y no espera juguetes. Serrat lleva tiempos anticipándome el duelo por esta efímera niñez que “pasó veloz y ligera como una primavera en flor”. Veo a mi hija por el espejo retrovisor cantando sonriente “qué va a ser de ti lejos de casa, Ali qué va a ser de ti”, y pienso en aquellas pequeñas cosas que nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve.
Publicado originalmente en La Patria el 19 de diciembre de 2021: https://www.lapatria.com/opinion/columnas/adriana-villegas-botero/que-va-ser-de-ti-lejos-de-casa
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