Hace 4 ó 5 meses habría jurado que en este momento
estaría muerta del susto, con terror del parto, la sangre, las agujas, el
quirófano y el dolor. Algo habré madurado en este tiempo, o para algo sirven los
cursos psicoprofilácticos... No sé, el caso es que a 12 horas de la cesárea me
siento tranquila, feliz, sin nervios, sin ansiedad, sin malestar y muy
serena.
El tiempo vuela. Me parece increible que mañana a esta
hora ya no esté embarazada. Espero que no me dé la depresión postparto, pero
extrañaré sentir el estómago como una pecera y verlo moverse con las patadas de
la bebé: a veces cosquillosas, a veces fuertes y un poco dolorosas. Una
sensación indescriptible que genera un vínculo muy fuerte entre ella y yo. Mañana
esta sensación desaparecerá y los movimientos que ahora sólo yo siento, serán
compartidos con el resto de la familia.
En 12 horas la vida me va a cambiar. Llevo meses oyendo
a los papás y mamás que me ven con mi barrigota, repetir la frase: "es que no te
imaginas cómo te va a cambiar la vida"... a veces lo dicen con alegría y
ternura, pero a veces también con cierto tono de reproche, acompañado de frases
como: "y ya pensaste qué vas a hacer?", "quién va a cuidar a tu hija cuando
vuelvas a trabajar?", "no has pensado en dejar de trabajar un tiempo?", en
cambiar de trabajo?", "en trabajar medio tiempo?"... tienes que bajar el
ritmo.
Bueno, en 12 horas me cambiará la vida para bien, para
querer más, para recibir más amor, pero no he pensado dejar de trabajar. No
puedo y no quiero renunciar a mi vida por la nueva vida que llega. Los hijos son
prestados. Mañana recibo a a mi hija prestada, por 17, 18, 20 años, quizás
más... Luego se irá de mi lado y hoy, en la víspera del parto, escribo esto para
que nunca se me olvide que es prestada, que tiene su propia vida que yo no
viviré por ella y que algún día volará lejos y eso estará bien. Mi función
consiste en darle alas y enseñarle a volar.
Pero mientras eso ocurre, pienso en lo que pasará
mañana. Lo primero es la aguantada de hambre, porque por la anestesia no puedo
comer nada. Desde las 7 pm de hoy dejé de comer y beber líquidos. Perfectamente
he pasado hasta más tiempo sin comer, pero como lo tengo prohibido entonces
pienso en comida: en los helados y los dulces que me pude comer en este
embarazo, aprovechando que las embarazadas no nos da migraña (ni gripa ni
nada...).
Ya perdí la cuenta de todos los consejos que he oído
para mañana y los días posteriores: Que al nacer la mire a los ojos, que le
hable, que no permita que le corten el cordón hasta que deje de pasar sangre (no
sé cómo hago para saber eso yo, que no soy capaz de ver vísceras ni nada, pero
confiaré en San Juan mi médico). Que tome aguas de yerbas varias para que me
"baje" leche, que me unte crema de lanolina, paños de caléndula, bebidas de
hijojo. Que no haga esfuerzos, que tender la cama es un esfuerzo... Que la dieta
son 40 días, ni uno menos... y que la salud posterior depende de estos 40
días.
Por ahora me dejaré consentir de mi mamá hermosa, que me
quiere y quiero, y espero que en unas décadas yo pueda hacer lo mismo por mi
hijita adorada que nace mañana, aunque desde hace varios meses me hace feliz.