¡Ay!
Ay, qué nostalgia.
Mi niña me pintó dibujos, jugamos pispirispis con las manos, jugamos Pijaraña dijo la araña, cantamos el Negro Cirilo y Samy el Heladero y montamos en muchos columpios. Esperamos con ilusión al Ratón Pérez y al Niño Dios, y nos reimos viendo Mi Villano Favorito y Toy Story. Ya todo eso hace parte del pasado. Hace rato prefiere los videojuegos, o pasar horas viendo videos en Youtube y TikTok. Hace tiempos que no decido su ropa y mucho menos sus peinados. Cuando paso por su cuarto me dice: "cierra la puerta al salir".
Y sin embargo, mi adolescente sigue siendo mi niña: le gustan aún los peluches, me chatea para avisar que llegó del colegio, me pone quejas de sus profesores, me cuenta historias de sus amigos del colegio y los fines de semana su plan favorito es quedarse en casa. Tiene aún un cuerpo de niña, pero sus ideas ya no tienen la ingenuidad del infante: argumenta, expone desacuerdos y sobre todo pregunta: comentamos noticias y ella pregunta. Hablamos de Donald Trump y ella pregunta; digo que voy a escribir sobre los migrantes venezolanos y ella pregunta. El mundo le produce genuina curiosidad.
Estos 12 años la cogieron fuera de casa. Hace una semana salió de paseo a Coveñas con sus Titos, con su tío y sus primos. 10 días lejos de papá y mamá, sin mamitis y con mucha autonomía. Por teléfono le dije que cuando llegue esta noche me la comeré a besos, 12 besos por su cumpleaños. Me dijo seria que mejor no. Seguramente terminará el día viendo TikTok.